Por Rubén Darío Rodríguez López
En mi columna del mes de noviembre de 2017, expresaba sobre la impotencia y el desaliento que genera el sentirse uno solo, "ladrándole a la luna", refiriéndome a temas que son espinosos y que por lo general nadie toca, porque siempre hay un interés personal o familiar que les impide expresarse, o peor aún, les impide actuar de manera sensata ante el común de la gente.
En esos espacios, "desoladores y de silencio", he tenido un par de momentos que me permiten pensar y soñar en la posibilidad de futuros mejores y más humanos, para mí, para mis hijos, para mis nietos, para todos los que estamos y todos los que vendrán. Un futuro menos violento, menos corrupto y menos azotado por la clase política que tenemos y que la mayoría reelige, sin ton ni son.
Reconociendo que lograr un cambio en materia de violencia y de corrupción en nuestro país parece una utopía, ver a miles de jóvenes participar en marchas, en debates, en manifestaciones públicas, bajo la consigna de añorar un país mejor, en defensa de la vida, del medio ambiente, del respeto a las diferencias (étnicas, religiosas, de género), en defensa inclusive de los animales, a mí me genera una gran esperanza. Siempre que los jóvenes se pronuncian y se mueven a la acción, la historia puede cambiar.
Hoy, los jóvenes no están esperando que pase lo de siempre: primero la masacre o el robo del siglo, luego el llanto, la indignación, el debate de unas horas buscando responsables, las promesas de investigaciones exhaustivas y al final… Nada, absolutamente nada. Hoy, los jóvenes piden a gritos (en plazas, en universidades, en redes sociales, en organizaciones comunitarias), ser escuchados; y vaya que sus gritos se han escuchado. Algunos ejemplos en Colombia como la constituyente de 1991, del que hicimos parte; la marcha del "No más Farc del 4F", el apoyo a la paz y múltiples marchas contra la corrupción y contra la minería que a su manera han convocado. Esos ríos de gente liderados por unos chicos que muchos creen incapaces y desinteresados, más allá de su activismo de redes, son un motivo grande de esperanza. No se puede negar que hoy nadie da un peso por los jóvenes en Colombia, pero es grandioso e invaluable lo que hacen y la historia no nos deja mentir que las grandes transformaciones siempre comienzan con pronósticos negativos.
Colombia pareciera dormir en un letargo y lo demostró en su comportamiento de nuestras elecciones legislativas del 11 de marzo pasado, que nuestra sociedad colombiana tiene una tendencia a mantener lo establecido, así duela, así nos esté carcomiendo, así sea la peor opción, así nos sigan matando, así nos sigan robando, pero es deber de todos y principalmente de las nuevas generaciones, cambiar estas realidades cuando nos hacen daño.
Es oportuno decirle a los jóvenes de una manera sensata y honesta, que a los que estamos a mitad de camino y a los que se están despidiendo, nos quedó grande entregarles un país mejor gobernado, un país en mejores condiciones de como nos lo entregaron nuestros abuelos, digámosle a los jóvenes que nos perdonen, que nos equivocamos, que fallamos al escoger nuestros líderes, que los líderes que escogimos nos fallaron también a nosotros, nos decepcionaron, nos robaron, nos siguen robando, pero peor aún, nos seguimos equivocando, los siguen eligiendo.
Tenemos una gran deuda moral y social con nuestros jóvenes, también sería oportuno resarcirla, sería oportuno tomar conciencia y de una vez por todas, sin triunfalismos, sin fanatismos, sin odio, sin rencor y sin resentimiento, elegir de la mejor manera a nuestros gobernantes, a conciencia y analizando realmente qué es lo que más le conviene a nuestro país, no para los próximos cuatro años, sino qué le conviene al país para que de una buena vez por todas, se dé el primer "estartazo", para un verdadero cambio y una verdadera transformación de nuestras malas costumbres, de nuestras malas prácticas en lo público, pero sobretodo, de olvidarnos de esos nefastos y tristes records de violencia y corrupción.
Hoy no se puede negar, hay una oportunidad de dar ese primer paso, largo y tortuoso, de escoger el futuro de Colombia, de sentar su voz (a través del voto ciudadano), de hacerse sentir, de tomar las riendas, de contribuir a construir su propio futuro, diferente; menos violento, menos corrupto, menos desigual y menos inmediatista.
Los Jóvenes deben llenarse de coraje, llenarse de argumentos, llenarse de razones, sin más apasionamientos que el querer ser mejores colombianos y arrastrar a sus padres, tíos y abuelos a que los acompañen en esta causa, llamada Colombia.
Dicen hoy los "Coaching empresariales" (lideres motivadores), que un pesimista ve en una dificultad un problema, pero que un optimista ve en una dificultad una oportunidad; hoy Colombia tiene muchas dificultades, pero siendo optimista y futurista, hay miles de oportunidades, pero primordialmente una, y es el próximo 27 de mayo, al momento de elegir nuestro próximo presidente de la República.
De mi parte, tengo la certeza que daré mi voto por una nueva oportunidad, por una persona honesta, que no polariza al país, que apoya la paz, que se la juega por la educación y por la cultura ciudadana de éste país, no dudaré ni un segundo en apoyar esta iniciativa y que con esto pondré mi granito de arena para que los jóvenes tengan una oportunidad de un país mejor. No me importan las encuestas, no soy triunfalista, no voto por el que más haga bullicio o llene plazas, no me dejo llevar por esta publicidad, votaré a conciencia y no esperaré a una segunda oportunidad. Puede ser que no gane, tal vez; pero creo que hay que iniciar un camino e invito a los jóvenes a que con mucha esperanza, hagan la siembra para un futuro mejor de nuestra querida patria.